— ¡Adelaida! .- susurro temblándome no sólo los labios sino el cuerpo entero a la vez que la piel se me eriza.
Es precioso ese horizonte en el cual apenas se distingue la linea que divide cielo y mar, con un barco apenas distinguible en la distancia que parece volar directo a los últimos rayos del rojizo sol moribundo.
— ¡Adelaida! .- musito en esta ocasión, recordando como besaba mi cuello antes de mordisquearlo, dejando como únicos testigos, unas marcas telegráficas; y se estremecen mis brazos al compás de un baile involuntario de lado a lado de mi cuerpo, como poseído y a punto de comenzar a bailar.
Unas plateadas marcas a los pies del lugar en el que me hallo me dan la perspectiva necesaria para ser consciente de la altura a la que estoy y me siento ínfimo al sobrevolarme unas gaviotas, me hago consciente de la brevedad no únicamente de la felicidad sino de la vida entera.
— ¡Adelaida!.- canturreo tratando de evitar su recuerdo, de como se retorcía en la bañera al sentir que el aire se esfumaba de sus pulmones así como su vida; al recordar su mirada cristalina antes de terminar diciendo "Nunca podrás volver a amar".
La hierba bajo mis pies empieza a estar fresca por la humedad marina, mis pies descalzos así me lo confirman y sin poder evitarlo ya no veo más horizonte, que el de la tarde anterior, cuando, Adelaida, desnuda y sin `pudor alguno, recitaba versos -los mismos versos que tantas veces susurró para mí- a un caballero "hermoso", que guardaba silencio y con él dejaba vacíos los renglones que faltaban al poema "canturreado" por...
— ¡Adelaida! .- grito con fuerza, como con fuerza les separé enloquecido antes de ser abofeteado por ella y quedarme petrificado no por su reacción, sino por no haber sabido controlar la mía.
Había venido buscando la paz que da la muerte a las conciencias, pero soy demasiado cobarde para quitarme la vida. Primero oigo el deslizarse de un pie por la hierba, luego otro,me es indiferente quien sea, ni me giro... "los pasos de la oscuridad para los amantes..", se detienen los pasos.
— ¡Adelaida! .- su nombre sale de mis labios, pero sabedor de que es un frío cadáver, ni me giro, sin embargo mis labios me traicionan y continúan el poema- "son las enredaderas que los hacen aproximarse".
Más pasos, sin prisas, nuevos versos a los cuales les faltan renglones:
"el calor de la ensoñaciones navegan...
.....................................................................
mientras plácidamente se aman en silencio,
...........................................................................
y dos sonrisas son una, infinitas."
No puedo, no quiero evitar este momento, me giro, solamente para notar como unas manos, "sus manos", aterciopeladas me empujan al vacío del acantilado.
(Feliz día de Post San Valentín:- Gaby)
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