Columnas llameantes en paredes acantiladas,
árboles ennegrecidos por el aliento fétido,
desgarrada la tierra y sus piedras por lava regadas,
vive Mangor en el corazón de la montaña.
Ni tierra, ni animal, ni doncella,
nada es ajeno a la maldad de esta fiera,
¿Pueden algo flechas, espadas, lanzas?
Escucha la balada de Hernández,
matador del Dragón con sus manos como armas.
La venganza no fue el motivo,
ni casarse con una princesa como premio, su destino,
la causa fue el abuso de su buena fe,
por sus cobardes vecinos.
A pecho descubierto a través de la ventisca,
pies desnudos cual salvaje tras pisar el horno que era la piedra caliza,
manos insensibles de sujetar una lanza a todas luces inservible,
y el corazón cada vez más henchido de alegría.
Ante la guarida de Mangor llegó hecho jirones su cuerpo,
su alma fuego frío de furia, se terminaba su camino...
Mangor miraba al horizonte relamiéndose por las próximas muertes,
Hernández que saltó sobre su testa,
sin darle opción,
sumergiendo la lanza hasta desde el ojo hasta el alma negra.
Dolor, fuego, batir de alas, vuelo errante,
Mangor ciego de vista, de rabia, de dolor, de incredulidad,
se estrelló contra el acantilado hiriente,
dejando su último aliento para los peces.
Siendo una sombra de la persona que había partido,
casi a rastras arribó a la aldea, sin testigos,
sonrió al ver a unos críos jugando,
se dejó caer junto al pozo y para él todo acabó.
Un niño encontró entre sus manos un diente de Mangor,
y sin saber ni qué significaba... en voz alta leyó...
"Siempre la determinación es la respuesta"
El próximo... "Gato Negro"
Cada día me sorprendes mas y gratamente por supuesto, una faceta diferente, con algo de deliciosa fantásía y entre lineas, su apego a una realidad. Un beso querido amigo.
ResponderEliminar(algo preocupada por no saber de ti). Espero todo bien.