"La primera vez que la ví parecía engreída, aunque de curvas infinitas.
La primera cita, un vermout en el interior de un bar coqueto aunque estuviera en el barrio, llena de seguridad, sueños y deseos cristalinos y fue su sonrisa la que me cautivó.
Cosas de la vida, la quinta cita coincidió con el año nuevo, ambos dentro de su coche mirando la Luna y el brillo de sus ojos me hizo decirle: "Me apetece mucho besarte"; y ahí empezó nuestro noviazgo.
Seis años seguidos, de altos y bajos, en múltiples ocasiones pensé en romper, pero - llámame antigüo - pensé que sería un trago amargo de larga duración que no merecía alguien - que según me relató - había sido violada y que con cuidados, muestras de amor, volvería a estar "íntegra". Después de todo, parecía que su gran confianza, carácter fuerte, ilusiones y proyectos no eran otra cosa que una baja Autoestima que debía enmascarar. Aún así, llegué a quererla.
Los veinticinco años siguientes metí la pata en más de una ocasión, y en otras conseguía ser dulcísimo - pocas, es cierto - y tal vez por eso, ¿o eso fue mi reacción?, su comportamiento fue más fuerte, sin dejarme respirar; de quejas contínuas, de pedir y no dar; e inocentemente de mi, me tomaba todo como cabreos momentaneos, ganas de mejorar; de manera que cuando quise poner las cosas en su sitio, hacerme valer por lo que era... me dí cuenta de que ya no era nada y las heridas visibles no eran ni de lejos mayores que las invisibles.
Las personas evolucionamos, cierto, aunque unas lo hacen hacia delante y otras atrás, volviéndose más primarias, pero no por ello más sensatas y sí más individualistas, que no es malo si no fuera porque es un individualismo egoista que no tiene en cuenta a las demás personas."
Todo esto lo pensó mientras cogía el bolígrafo, buscaba la página en la cual debía firmar. Después, el silencio de la casa le dejó un instante de paz, aunque sabía que sólo era la calma antes de la tormenta. Y se marchó.
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