23/4/19

Poemacora... R.C.7 "Extraños" o "Que malo es el orgullo"

"Esto está casi listo" -dijo para sí Laura al colocar la última pieza de ropa a secar. Desde el balcón, las veces que había levantado la cabeza, había visto a Antonio (antes le llamaba Toni) sentado en un pequeño murete de piedras construido por él mismo, leyendo un libro probablemente de artes marciales o filosofía o anatomía, da igual el tema... le gustaba saber, y ella lo había aprovechado en su contra, precisamente no dejándole saber. Es cierto que la "ponía de los nervios" el hecho de que fuese un tanto sabiondillo, pero de igual manera era una ventaja pues las conversaciones estaban plagadas de curiosidades. Es cierto que no era perfecto y se preguntaba qué demonios le había atraído, no era cariñoso, a veces era brusco o escueto en sus contestaciones, odiaba la pereza y claro, no gustándole a ella moverse, pues la situación se complicaba. Tenía en su cabeza la figura de él de los últimos años y le parecía haber estado viviendo con un completo desconocido. Apartó los pensamientos de su cabeza porque a su pesar, a pesar de tener una "nueva vida", no podía quitárselo del pensamiento cada vez que no estaba distraída. "Ojalá hubiésemos tenido peleas como el resto de matrimonios, seguro que las cosas hubieran ido de otra manera, porque siendo tan asquerosamente respetuoso, las cosas no se hubieran salido de madre". Suspiró, se puso la radio y se unió a la canción... "Olé, olé, olé...".

"Mírala, con sus arruguitas, su barriga, de no moverse que por mucho que diga, con algo de ejercicio podría tener un abdomen adecuado a su edad. Pero, es normal, tiene una edad... qué demonios, también yo tengo una edad, poco pelo y algunas manías" - se dijo Marcos después de haber levantado la mano y saludado de viva voz sin haber recibido respuesta... "Hasta los vecinos se saludan, creía conocerla pero esto... me supera". Como quien no quiere la cosa y aparentando que leía, iba observando "El baile de las pinzas", aunque sus pensamientos no iban parejos con las emociones que le hacía sentir ese "baile", si no con la comparación entre la Laura que el creía conocer y esta nueva Laura; la primera odiaba dejar los zapatos, fumar, o comer en la habitación matrimonial, la segunda hacía todo eso y más. La primera había pasado de mostrarse muy sexy para él a mostrarse muy sexy para los demás, de ser muy tímida en los juegos amatorios a ser un derroche verbal de descripciones de qué, cómo y cuando respecto al sexo. La primera, de la que él se enamoró, era inteligente, con criterio propio, luchadora cuando tenía la convicción de estar en lo cierto, pero siempre respetuosa (por esa razón no le pareció extraño que perteneciese al Ampa del colegio, y pusiera en más de un brete al departamento de Enseñanza, eso si, a costa de no estar en casa, ni para él, ni para la niña). Su cabeza empezó a ir de una Laura a otra, sin entender nada, y sabía que cuando eso pasaba se cabreaba consigo mismo por no saber las respuestas y por la impotencia de no poder hablar con ella. Cuando sucedía eso, lo mejor era hacer algo físico que le obligara a tener que concentrarse en lo que hacía. Se levantó, dejó suavemente el libro en una piedra y se puso a lanzar golpes preconcebidos al aire.

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